9 - Ángela


El pez más gordo vuelve a casa tras un largo día de visitas, llamadas intermitentes y una buena dosis de lo que a él le gusta llamar "burocracia".
No se parece a los malos de las películas, aunque, como muchos de ellos, regresa a una mansión que como ya todos intuímos no merece, se sirve una copa que aparentaba haber estado esperando poder tomar, y, tras una oración de lavado de conciencia, al parecer ésta descansa y le deja dormir.


El agente de la ley termina su servicio por hoy. Se ganó el sueldo. Doble sueldo.
Esta semana sus competencias en comisaría, más lo que él prefiere llamar "trámite", le costaron mucho tiempo, que pudo haber empleado en estar con su niñita, pero siempre encontraba la manera de compensarlo con regalos que otros papás no hacen.
Cualquiera que estuviera en su lugar hubiese hecho lo mismo. Es fácil señalar desde lejos y tachar a uno de corrupto, pero no hay, a su juicio, persona que no sucumba a tan poderoso incentivo, como es asegurarse, en sólo unos pocos movimientos, la estabilidad económica de su familia de por vida. Cuando uno tiene hijos, hace lo que sea...


Cuando uno tiene hijos, hace lo que sea. Que se lo digan al último eslabón en la cadena, el distribuidor de calle.
Hoy, a la misma hora que el jefe que le proporciona la mercancía y que nunca conocerá bebe licor del caro, y a la misma que la autoridad que hizo la vista gorda compra un bonito juguete para su niña por internet, el vendedor entra en un piso sucio y decrépito, tratando de no hacer ruido al girar la llave y cerrar la puerta tras de sí.
Entra en una pequeña sala destartalada, saltando sobre el desorden para alcanzar el sofá donde duerme una joven mujer todavía con uniforme de trabajo.
Se despierta y, somnolienta, se abraza a él, que la levanta y la conduce despacio a otra estancia.

Ella apoya el costado y la cabeza en el marco de la puerta, y observa cómo él entra hasta la cama donde un niño duerme abrazado a un muñeco de trapo.
Su padre lo besa y arropa, y deja, como cada noche, una piedra de la playa sobre una caja de cartón que sirve de mesita de noche. Así, el niño, al despertarse, sabe que su papá, aunque debe irse demasiado temprano a trabajar para darle los buenos días, y volver demasiado tarde para darle las buenas noches, ha estado ahí cuidando de él y le quiere.

Después de esto, ambos se van a la cama. No tienen ya fuerzas para mucho más que fundirse en un abrazo y dormirse deseando que las horas de descanso pasen lentas.


- ¿Esa pistola es de verdad? - Pregunta la niña excitada a los compañeros de su papá.


- ¡No, no no no! - Respondió apurado un agente, cansado de vigilar a la hija de su colega mientras éste terminaba - Esto no es divertido, ¿por qué no te das una vuelta por allí? En la zona de espera hay tebeos y a veces vienen otros niños.


- ¡Vale! - Respondió ella, comenzando ya a correr hacia la salida sin mirar... y de pronto - ¡Uy! - Tropezó de frente con un hombre desaliñado y taciturno, que caminaba esposado y escoltado hacia el despacho de su padre. Se asustó y, con un tímido - "perdón..." - , se apresuró a salir.


El susto se le pasó en cuestión de segundos, que es lo que tardó en descubrir una sala llena de esos típicos objetos a los que un adulto no da importancia, y que pueden convertir la tarde en toda una aventura.
Mientras jugaba con teléfonos fuera de uso y cafeteras antiguas, vio que desde la ventana la observaba un niño de su edad. Estaba con su mamá. Parecía triste, aunque se mostraba al mismo tiempo interesado en el juego.
Esta parte es bastante sencilla entre niños. Ella corrió a la ventana y, a través de ella, gritó:


- ¡Eh, niño! ¿Juegas?


El niño miró a su madre, quien dio su aprobación, y entró en la comisaría.


Después de muchos juegos, la niña seguía esperando que su padre terminase, y el niño que el suyo saliese. Sentados, dibujando, y algo aburridos, hablaban cada tanto:


- ¿ Y qué hace tu papá?


- Es marinero, y todos los días me trae piedras de la playa, ¡son muy bonitas!


- El mío es policía, y trabaja aquí


- Hoy lo han traído aquí, y mi mamá está muy preocupada. ¡Puede que tu papá le pueda ayudar!


- ¡Seguro que sí! - Respondió ella.


Un agente entró en la sala y vio a los dos niños. Miró con reproche a la madre a través de la ventana, que instó al niño a volver a salir del edificio, y acompañó a la niña a una sala de espera donde debía estar cuando su padre saliese.

Pero para entonces, la niña ya no estaría allí.


Anochece en la casa que poco a poco se ha convertido en mi hogar.
Siempre sentí cierta inseguridad al tratar con mujeres, aunque tengan diez años. El comienzo no ha sido fácil, desde luego.
Me gustaría decir que ahora ellas conversan en el salón, pero lo que escucho desde aquí es una tensa negociación. No veo ni el momento ni la manera de intervenir. No sé si valgo para esto... Claro que jamás viví nada parecido a lo que pasó con Chris.
Mi cabeza está llena de inquietudes. Siento culpa por ser cómplice de un acto que probablemente mantiene a un padre aterrorizado ahora mismo, remordimientos por no saber suficiente acerca de él y haber decidido interferir en su vida sin el consentimiento de nadie...  Pero lo que más me atormenta es el hecho de que, sienta lo que sienta, ya no hay vuelta atrás.





2 comments:

  1. ¡Regresa con buen ritmo! Buen trabajo y que siga la cosa :D

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  2. ¡Bien! ¡Otra tanda! Pero, ¿los policías ganan tanto?

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